La ronda gala arranca el sábado 29 de agosto tras aplazar su
inicio por el coronavirus, lo que obligó al calendario internacional ciclista a
reubicarse y evitar solaparse con el Tour, principal competición de esta
disciplina.
Se dice que no hay verano sin Tour, la ronda ciclista más
seguida del mundo, y este año, aunque haya llegado un mes más tarde de lo
previsto, la organización ha encontrado el momento de dar el pistoletazo de
salida a su edición 107. El resto de rondas, como La Vuelta, han acompasado su
ritmo al de la prueba gala, reubicándose en otros momentos del calendario para
no coincidir con la prueba reina.
Organizada por Amauri Sport Organisation (ASO), la entidad
tiene en el Tour el principal pilar de su negocio, que comprende la
organización de otras pruebas como el Dakar, el Maratón de París o la Titan
Desert. Si bien no existen datos oficiales, se estima que ASO factura en torno
a 180 millones de euros al año, y el Tour de Francia genera dos terceras partes
de este negocio.
A falta de conocer el impacto en las cuentas de este año del
Covid-19, en 2017 ASO cerró la temporada con 30 millones de euros de beneficio,
y la ronda gala representó más de la mitad de estas ganancias. El negocio de la
prueba depende de los ingresos audiovisuales, el patrocinio y el fee que pagan
los municipios por organizar la salida o la llegada.
Los operadores de televisión generan el 60% de los ingresos
de la prueba, que en España se verá a través de Rtve y Eurosport, que renovaron
sus derechos hasta 2025. Los espónsors aportan en torno al 30% del presupuesto
pese a la salida de Carrefour, que en 2019 ya no fue patrocinador principal de
la cita, un rango que han pasado a ocupar LCL, E Leclerc, Skoda, Continental y
Krys. En un segundo nivel están marcas como Tissot o Le Coq Sportif, cuya
aportación está por debajo de los tres millones que aportan los espónsors más
relevantes, cuyo fee asciende hasta cinco millones de euros.
El 10% restante procede de los municipios y regiones que
acogen las etapas y cuya aportación depende de si albergan una contrarreloj, si
son municipios de salida o de llegada. Se estima que dar la salida se paga a
65.000 euros, por los más de 100.000 euros que cuesta acoger la llegada. Es un
importe que los ayuntamientos y regiones aprecian, como demuestran las 250
solicitudes anuales que recibe cada año el Tour. Las más caras están en el
extranjero, donde se han llegado a pagar millones por albergar la Grand départ.
Utrecht (Holanda) estuvo en lista de espera durante trece
años y fue en 2015 cuando dio el pistoletazo de salida al Tour, una condición
por la que pagó cuatro millones de euros. Düsseldorf (Alemania) pagó 6,2
millones de euros en 2017, aunque el gasto total ascendió a 11,1 millones por
las inversiones y actuaciones que tuvo que llevar a cabo, como arreglar los
baches de la carretera, embellecer los municipios y redirigir la circulación
del resto de vehículos.
El coronavirus no ha obligado a la cita a modificar los
premios económicos que repartirá entre los ciclistas, que reciben 11.000 euros
si ganan una etapa y 600 euros si quedan décimos. Ganar el maillot amarillo
implica un premio de 500.000 euros, mientras que el segundo clasificado gana
200.000 euros y la mitad si acaba tercero.