Amado y odiado por muchos, Ernesto Rafael Guevara de la Serna, el 'Ché', tenía una pasión que nunca dejó pese a estar en los momentos más difíciles de su existencia: el deporte. Dicen que conocer o practicar diferentes disciplinas deportivas te conlleva a conocer las diferentes realidades y comportamientos de una sociedad.
Ernesto Guevara de la Serna, antes de ser conocido
mundialmente como el “Che”, era apodado el “Chancho”. A él le gustaba practicar
rugby, tenis, ciclismo, atletismo, ajedrez, golf, natación, boxeo, béisbol y
-como todo argentinoel fútbol, incluso llegó a ser entrenador.
Y como si fuera poco, fue periodista deportivo.
“Querida Beatriz, la sorpresa es que ya sé nadar, justo el
día de tu cumpleaños aprendí a nadar, recibe besos de Ernestito”, narró de su
puño y letra en una carta que escribió el 22 de enero de 1933, desde su Rosario
natal. Tenía cuatro años de edad.
Sí, Guevara de la Serna, desde muy pequeño, aprendió dos
cosas: a nadar y a escribir. Su mamá había sido una destacada nadadora. A los
doce años tomó lecciones con el campeón argentino de estilo mariposa Carlos
Espejo, y contra las disposiciones médicas (tenía asma) y a escondidas de sus
padres, se entrenaba mañana y tarde.
También aprendió el tenis y lo hizo cuando la familia se
mudó a Córdoba capital y alquiló una casa pegada al Lawn Tennis de la ciudad.
Por su puesto, fue futbolista. En la ciudad de Alta Gracia (Córdoba) jugó de
arquero; el asma le impedía hacer grandes esfuerzos físicos.
Además, estando en el pórtico, tenía el inhalador a la mano.
Junto a sus amigos llegó a fundar un club que bautizaron como “Aquí te Paramos
el Carro”. Alguna vez llegó a jugar como un defensa o mediocampista no muy
virtuoso, pero sí era un tenaz marcador que nunca daba por perdido un balón.
Quizás de ahí nace su otro sobrenombre, “Fúser”, furibundo Serna.
Y
a como el Comandante “Che” Guevara, lamentaba que en Cuba no se juegue el fútbol. Como “Fúser”, en 1952, llegó a la ciudad de Leticia, a bordo de una balsa, desde el leprosorio San Pablo de Iquitos, Perú. Todos pensaban que eran jugadores de fútbol que llegaban a reforzar al Independiente Sporting Club, que estaba en los últimos lugares. Fueron bien atendidos: comida, vivienda. Les cayó bien a Ernesto y su amigo Alberto Granados. Ellos solo aceptaron entrenar al equipo y de paso ganar algo de dinero. “Al principio pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos, nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado el más débil llegó al campeonato relámpago organizado. Fue finalista y perdió el desempate con penales. Yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”, escribió Guevara de la Serna en una carta que envió a su madre. Siempre se consideró hincha del Rosario Central y con orgullo solía decir “Soy canalla”.
Fue saltador con garrocha cuando estudiaba medicina en la
universidad, donde saltó 2,80 metros en la I Olimpiada Universitaria de
Argentina, en 1948. También recorrió parte de su país en bicicleta; tiempo
después, en motocicleta, recorrió Sudamérica, donde conoció la realidad de todo
el continente. Otro de sus deportes favoritos fue el ajedrez, que lo aprendió
desde pequeño y que lo jugó con mucha frecuencia ya cuando era guerrillero.
Cuando triunfó la revolución, en Cuba impulsa la práctica masiva del
juego-ciencia, especialmente entre niños y jóvenes. En Cuba aprende y juega también al béisbol y
golf.
Guevara de la Serna escribió en la revista argentina Tackle sobre deporte con el seudónimo “Chancho”. En 1950 redactó su primer artículo sobre el ascenso del club de fútbol Atalaya en la Tercera División en la Argentina.
Tiempo después, ya instalado en México, durante los II
Juegos Panamericanos de 1955, volvió a hacer periodismo deportivo. Allí fue el
encargado de coberturar los juegos para Agencia Latina, escribía y tomaba
fotos. Por entonces, Ernesto estaba más cerca de hacer historia como
revolucionario que de ser un buen cronista deportivo.