Boxeador
peruano Alex Relly ganó y tuvo todo, pero murió en la miseria en los años 20’
del siglo pasado.
El boxeo, casi siempre, no tiene un final de cuento de hadas
para sus cultures. Porque los grandes protagonistas, por lo general, no quieren
entender que los golpes que entran no salen. Y se niega a retirarse a tiempo.
Casos de boxeadores que quedaron con impedimentos físicos,
los hay al por mayor. Porque el boxeo, definitivamente, es el deporte que conlleva
mayores riesgos que cualquier otro. Y ahí está, como prueba el elevadísimo de muertos en el ring.
Vamos a citar uno de esos miles de casos, porque,
lamentablemente le toco vivir a un pugilista peruano: Alex Relly.
Relly, llegó al boxeo por su fortaleza física, él nunca
pensó en cultivar ese deporte: era fogonero de embarcaciones. Y así llegó a
Chile donde alguien lo vio condiciones y lo animó a incursionar en el duro
deporte de las narices chatas. Comenzó a entrenar y mostraba mucho talento y
sobre todo buena pegada. Ganó sin dificultades sus primeras peleas y dejó su
empleo de fogonero para dedicarse de todo al boxeo profesional.
En los años 20’ del siglo pasado, la cuna del boxeo
sudamericano era la ciudad de Buenos Aires. Y hasta ahí llegó Alex Relly para
derrumbar rivales con el poder de sus puños y llevar una vida alegre, discipada
y sin medida.
Cuentan las crónicas de la época que era tan bueno que Luis Ángel
Firpo, “El toro salvaje de las Pampas”, siempre lo eludió y jamás aceptó un
encuentro en el ring.
Y también cuenta que Alex Relly ganó tal cantidad de dinero,
que se vestía elegantemente, con zapatos de charol y utilizaba un bastón que
tenía mango de oro.
Vivía su vida. Todo era color de rosa. Y la opulencia su
pasajera compañera.
Así transcurrió el primer capítulo de su vida, ganando
combates y dinero. Y, sin darse cuenta, se cerró el telón y se encontró
desprevenido ante otro mundo, al que no supo enfrentar porque no tenía armas
para ello. Su producto – su físico- ya se había agotado, el tiempo pasa inexorablemente.
Su fortaleza de león se había desvanecido y esfumado a la velocidad con que se
le terminó el dinero. Así como se fue la plata de le fueron los amigos, nunca
guardo pan para mayo, había llegado el invierno de su vida. De la gloria y la opulencia pasó a lo peor y
a la miseria.
Había nacido en Pisco, y hasta ahí viajó en busca de ayuda.
O más que ayuda de limosna. Ya había ingresado por entonces a otro mundo: el de
las tinieblas. Los golpes que recibió, poco a poco hicieron graves estragos. Y
quedó ciego.
Así, ciego, pobre y desamparado quiso vivir de su pasado:
vendiendo fotos de sus años de esplendor. Un grande del deporte, que lo tuvo
todo y dilapidó todo. Murió en la miseria, humillado y despreciado. Una cruel
lección para quienes creen que la vida solamente muestra la cara alegre,
sonriente y hermosa.
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