viernes, 2 de agosto de 2013

ESE FUTBOL PURO



Cada partido era una gran final. Era un sueño cotidiano hecho realidad. El despertar antes del astro rey en las vacaciones era un ritual, el frío y la humedad de la lluvia de la noche anterior eran unos compañeros más.
El ser estrella no interesaba, solo importaba recibir del barrio, de la cuadra, el reconocimiento, la sonrisa de que le gustaba lo que se hacía con la pelota.
Han pasado mucho años, pero, sin duda que he jugado muchas finales, muchos partidos históricos, varios compromisos del siglo.
Cuando el tiempo no existía, cuando el manto oscuro de la noche ponía fin “al choque de trenes”, o quizás cuando la “vieja” de alguno de nosotros daba los tres pitidos finales imaginarios, de que todo tiene un final y todos corríamos espantados, cual ratones a sus madrigueras.
En esa época se jugaba el fútbol en estado puro, sin contaminación alguna.
Ese fútbol lejos de ser empresa, de ser industria. Se jugaba cuando éramos niños. Esos grandiosos escenarios, que han marcado en nuestra historia personal, muchos más importantes que el Maracaná o el Camp Nou: la calle, el canchón, el lote vacío, la chacra sin sembrar, el rústico patio de la escuelita fiscal, ahí era la verdadera fiesta del balón.
Cuando el formar los equipos era todo un ritual, donde los códigos se respetaban; cuando los capitanes uno a uno escogían su gente, y rigurosamente esperábamos ser llamados a integrar algún equipo y que nos divertiríamos defendiéndolo a morir.
Cuando los arcos eran un montón de piedritas apiladas o dos piedras grandes, cuando era difícil soñar con un árbitro, en todo caso las decisiones eran consensuadas, reclamadas de forma alterada, sí, pero respetadas y acatadas.
Cuando los fuera de juego no existían. Cuando hacíamos un gol, lo hacíamos todos. No existía el héroe del partido. No había número en la espalda, el 1, 9, 10 no contaba.
En aquel entonces el fútbol era químicamente puro. Hoy, ese canchón, ese parque, luce bonito, verde, limpio, pero ha perdido libertad, está enrejado cual gueto de la modernidad. Y los niños usan vistosas armaduras de colores con marcas rimbombantes. El fútbol se contaminó.

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Soy periodista y me gusta serlo y pienso que: En esta vida hay de todo, periodistas que dicen que no se casan con nadie, pero que se acuestan con cualquiera, lastima que sea impotente.