Javier tiene 16 años. Cuando tenía 10
años de edad, su padre lo inscribió en una academia de fútbol, con
el sueño de que algún día su pequeño pueda triunfar en el
balompié y ganar mucho dinero. Hoy el buen "Javi" tiene la
oportunidad de jugar en la Primera División amateur en un equipo de
un distrito alejado, pero no lo puede hacer, porque la academia en
la que aprendió a jugar fútbol, donde según esa academia lo
formaron, lo inscribió hace años atrás en un torneo federativo
(entiéndase que es organizado por la Federación Peruana de Fútbol),
en consecuencia, Javier hoy está registrado como jugador federado,
es decir, hoy él es parte de este sistema; en otras palabras,
Javier ya tiene una carta pase, que en buen cristiano él ya tiene un
dueño, alguien que le puede decir dónde y por quién jugar.
Ahí radica el negocio de las
academias, tener a los niños por años y cuando ellos quieren
dejar el nido, volar y, como todo adolescente, comenzar a luchar por
hacer realidad su sueño de llegar a ser grande, el maldito pase se
lo impide.
Hoy al buen Javier le están pidiendo
que pague 450 soles para que le den su carta pase, para que pueda
emanciparse, ser libre, de escoger el equipo que mejor le parezca
dónde jugar, dónde continuar soñando, dónde seguir haciendo
deporte.
El papá de Javier hoy no puede pagar
ese monto, y el equipo que lo pretende en este 2014 tampoco. El
adolescente a estas alturas está resignado a no jugar, está con
toda la bronca que no prefiere saber nada del deporte.
Lo curioso es que Javier nunca jugó
por el equipo titular de su academia, pero sí estaba inscrito como
todos los niños de su época. Esos pequeños no tuvieron el
privilegio de saltar al campo de juego porque según su entrenador,
formador, orientador de esa época, "Javi" y los demás no
eran buenos, que había otros mejores que ellos y que tenían que
ganarse el titularato entrenando, es decir, seguir yendo a la
academia y sobre todo pagar puntalmente la pensión.
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